Capítulo 6. Antonio L. Rodríguez. Segunda parte. Sus primeros pasos.


El joven de Lampazos Nuevo León, se dirigió a Monterrey de pequeño. Conforme el tren se acercaba del norte, asombrado Antonio le menciono a su acompañante al retorno de uno de sus viajes a su pueblo natal.

“Oye, parece una nueva Torre de Babel”.

Antonio se asombra cada vez que veía la magnitud de las chimeneas y la construcción en general de la Cervecería Cuauhtémoc. No pasaría mucho para que aquellas paredes fuesen testigos de la cruenta batalla por la toma de Monterrey a manos de Pablo González, también oriundo de la tierra del joven Antonio. Estamos hablando de 1913.

Radicado en el barrio de La Purísima, Antonio tomo sus primeros estudios en el Instituto de la Sagrada Familia, el cual se convertiría en el Colegio Franco Mexicano.

Su padre cada vez que tenía oportunidad al pasar por las calles aledañas del Colegio Civil, le mencionaba a Antonio que en ese lugar es donde estudiara ya que acabe su educación primaria.

Antonio era todo un varón a sus 18 años. Su padre se había curtido en el negocio de las ventas de cualesquier producto novedoso, abriéndose paso en la industria minera.

El paso de Antonio L. Rodríguez García de sus productos a la minería, fue debido a que se le encomendó la venta en exclusiva de la dinamita de la compañía Dupont. Al empacharse de la información que ofrecía todo lo referente a las minas por su exclusividad de venta, llego incluso a ser propietario de minas o participar como accionista de otras.

El padre del joven Antonio fue uno de los impulsores de la minería en Nuevo León y parte de Coahuila. Su experiencia acumulada lo llevo a descubrir los fundos mineros de El Moro, de la Sierra de Urbano, así como de otros lugares de Villaldama y Bustamante.

La creciente carrera prometedora del padre de Antonio, opto que le impusiera a su hijo estudiar Ingeniería de Minas.

Sin muchas ganas sobre todo porque dejaba atrás su querida Monterrey, Antonio L. Rodríguez Quiroz se dirigió a la ciudad de México, que era el único lugar donde se impartían los conocimientos en la materia.

Tras un año de estudios, el 11 de noviembre de 1918, el joven Antonio mando una carta a Monterrey mencionando que estaban por comenzar los exámenes, reiterando como antesala a lo que esperaba venir, que iba un poco mal en sus estudios.

Aquello fue un golpe a su padre, que satisfecho en su desempeño en el Instituto de la Sagrada Familia y posteriormente en el Colegio Civil, nunca imagino que su hijo no fuera capaz de sobre llevar la carrera que tanto anhelaba estudiase, sobre todo porque se estaba abriendo paso en el negocio.

Ya habían ocurrido los exámenes y el padre de Antonio no recibía noticias de sus resultados. El joven se estaba escondiendo de la vergüenza.

Antonio Rodríguez García debido a la correspondencia recibida por otros familiares de la ciudad de México, se enteró de las intenciones de su hijo de estudiar leyes, por lo que le reescribió nuevamente rechazando cualquier aspiración, con la excusa que ya había perdido el tiempo de 15 meses en la capital del país y no había obtenido resultado alguno, incluso, sus demás compañeros ya habían regresado a Monterrey pero nadie le daba razón de su hijo a Don Antonio, ya que sentían la pena de mencionarle las malas nuevas.

Por fin el 11 de enero de 1919 el joven Antonio se reportó con su padre, mencionándole que no había presentado ninguna materia.

El martes 28 de enero, Don Antonio le contesto a su hijo que se viniera para Monterrey mandándole 60 pesos para tal efecto. La situación penosa que le había hecho pasar su hijo, Don Antonio se la comento a su sobrino Belisario Quirós, quien de pasada por Monterrey proveniente de la ciudad de México, le menciono que se instalaría en Nueva York. Para esto, acordaron que ya instalado, procuraría conseguirle un trabajo al joven Antonio.

Llego el mes de abril y Antonio no regresaba. Se empeñaba estudiar leyes pero su padre fue muy enfático en su decisión de que regresara. El 15 de abril su padre le envió 100 pesos más para su regreso, advirtiéndole que sería lo último que le mandaría.

Para esto, de enero a abril de 1919, el primo Belisario se instaló en Nueva York y se asoció con el Sr. Merla. La empresa que crearon se dedicaba a la importación y exportación de mercancía.

Belisario le menciono a Don Antonio que ya estaba en condiciones de recibir a Antonio y que incluso, le daría trabajo en la compañía recién creada a la que llamaron Merla & Quirós.

En mayo de 1919 por fin Antonio ya de 20 años, llego a Monterrey.

Para esto, el Sr. Merla se encontraba en la ciudad de México y pasaría a Monterrey a recoger a Antonio a su camino a Nueva York.

Don Antonio se preparaba buscando información con respecto al viaje, contactando a un tipo de Tampico para que averiguara las fechas de salida de los barcos a Nueva York y el costo del pasaje.

El Sr. Merla se reportó que debido a sus labores, no tenía fecha de regreso a Nueva York, por lo que Don Antonio determino que la partida de su hijo seria entre el día 15 y 16 del mes de junio del 19. La ruta era la misma de la llegada de Eugenio Garza Sada: Laredo, San Antonio, San Luis Missouri, y de ahí a Nueva York.

Antonio antes de salir de viaje tuvo un problema de oído, pero el doctor determino que si podía hacer el viaje. El sábado 21 de junio Antonio llego a Nueva York con algo de calentura. El problema del oído se había agravado.

El día 27 su primo Belisario se reportó con su tío que el problema del oído se había complicado, y que incluso, hubo que intervenirlo quirúrgicamente y que todo había salido bien.

Para septiembre de 1919 Antonio ya se había adaptado a la gran ciudad. Incluso se hizo socio de la YMCA (Young Men's Christian Association) lo cual vio con agrado el padre a pesar de ser católico.

En octubre, Antonio le mando una carta a su padre mencionándole que una taquígrafa de la compañía le menciono que por las labores que desempeñaba debía de ganar más. Don Antonio le contesto a su hijo a grandes rasgos que eran buenas sus aspiraciones, pero que no confiaba en la certeza de la mecanógrafa sobre todo porque apenas comenzaba y aun no entendía del todo bien el inglés, señalándole mantenerse cauto con sus aspiraciones.

Para diciembre del 19 Antonio ya ganaba 20 dólares a la semana, sueldo con el que podía darse el lujo de comer y vestir bien.

Nos encontramos en mayo de 1920. A finales de este mes Antonio se toma unas merecidas vacaciones visitando Atlantic City, Nueva Jersey y California.

La relación padre e hijo había mejorado sustancialmente. La hermana de Antonio, Bati, de vez en cuando le mandaba frascos con su salsa preferida y chile piquín que tanto extrañaba vía un familiar de Laredo.

El 18 de septiembre de 1920 Don Antonio contacto a su hijo mencionándole que se dirigía a aquellas tierras su hijo Ricardo que en compañía de un amigo, se establecerían en una fábrica de pilas donde el amigo ya había laborado anteriormente. Para noviembre Ricardo ya había sido desocupado.

Dos años laboro Antonio para Merla & Quirós. La compañía se vio en números rojos debido a los malos manejos administrativos de sus socios, lo cual llevo a la desocupación de Antonio.

Tenía dos opciones, o regresar a México o abrirse camino por su cuenta. Opto por la segunda. Un amigo de origen mexicano lo recomendó con unos parientes para que trabajara como dependiente en una tienda. Ahí se mantuvo por unos meses.

Después, otros amigos lo invitaron a ser parte de un restaurante de origen mexicano. Tuvo el atrevimiento de proponerles a sus socios, de que fueran a ofrecer al Consulado de México servirles el banquete de la ceremonia del Grito de la Independencia.

Con aquella idea vino otra, y así sucesivamente una a una fueron abriéndole paso al joven Antonio que con el tiempo, seria recordado como Don Antonio L. Rodríguez.

La incursión del buffet en el Consulado de México en Nueva York, le abrió la mente a Antonio para tener de posibilidad de hacer carrera en la diplomacia.

Fue así que Antonio solicito audiencia con el cónsul Alberto Mascareñas, quien lo recibió tres días después ante su insistencia.

Antonio le pedía trabajo, a lo que el cónsul le contesto que la situación estaba difícil para los americanos y en peores circunstancias para los connacionales.

“Entonces, deme ocupación”. Le menciono Antonio. “he visto aquí mucha gente y pocos empleados, escuche que los visitantes piden información sobre México y el personal no los sabe orientar sobre los servicios que ofrece nuestro país, nuestros ferrocarriles, las carreteras, centros históricos precolombinos y coloniales, playas, buenos hoteles, puedo hablarles sobre eso y hablo bien el inglés, deme la oportunidad…”

Con aquella entrevista con el cónsul de México en Nueva York, habían comenzado los orígenes de la Secretaria de Turismo en México.

 

CEO Crónicas. Vida y obra de los grandes capitanes de la industria regiomontana. Antonio L. Rodríguez. S02.E01.P02.