Capítulo 2. Aguas turbias; Crónica de las grandes avenidas de la urbe y campiña neolonesa.

El río lucia tranquilo y fértil en sus laderas. Los peces vagaban en una tranquilidad: el bezugo, pullón, bagre, robalo, la mojarra y el dorado, solo peligraban por sus predadores, entre los que se encontraban los nativos.

 

Del lado sur del río, la paz era relativa. El río servía de frontera para los posibles ataques de los indios barbaros. El ganado pastaba, pero los rancheros no confiaban en aquella frontera natural. Tenían que supervisar el ganado y por ello descuidaban sus propiedades. La ayuda estaba a muchas leguas de aquellas tierras. Pronto, los rancheros ante esa inseguridad, fueron abandonando sus tierras.

 

A principios de 1797, el Gobernador del Nuevo Reino de León, recibe diferentes comunicados con respecto al abandono de aquellos ranchos. El 5 de abril, decide realizar diligencias con los rancheros y todo aquel que quisiera ser parte de un nuevo asentamiento. Entre el 5 de abril y el 11 de mayo, visita a los vecinos en el Real de San Carlos de Vallecillo para plantearles las nuevas.

 

Determinaron asentarse en el llano conocido como “Paraje de Santo Domingo”, debido a la falta de lomas donde los indios podrían ocultarse, además, de contar con variedad y cantidad de piezas de cacería, como venados, jabalíes y guajolotes. El río serviría de frontera natural y las tierras aledañas eran fértiles, debido a que los retirados rancheros, habían sembrado en las márgenes árboles frutales. Aunado a lo anterior, en época de sequía, se podría desviar el caudal del rio para la extracción de Perlas.

 

Un asentamiento, haría que la fuerza militar se incrementase pudiendo resguardar a sus pobladores de los diversos ataques de los indios. El Gobernador, Don Simón de Herrera y Leyva, intenta supervisar el área donde será la fundación, pero debido a otros compromisos, no asiste a la zona que habían determinado junto con los vecinos de el Real de San Carlos de Vallecillo.

 

En abril de 1798, el Gobernador Leyva envió el informe al Virrey junto con peticiones de los Indios Lipanes, quienes pedían permiso de establecerse en los márgenes del río. Ya el Virrey Miguel José de Azanza, se había negado de un asentamiento en la zona debido a la falta de resguardo militar, pero debido a las diligencias empleadas con el Gobernador Leyva en el Real de San Carlos, autorizo el asentamiento, pero negando a los Indos Lipanes que se asentaran entre el Salado y el Bravo por cuestiones de estrategias.

 

En agosto de 1798, los Lipanes se retiran de la zona, dejando al Gobernador asentar a quienes ya había reclutado en el Real de San Carlos de Vallecillo así como otras poblaciones. A aquel asentamiento, se le llamo Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Azanza, en honor al Virrey. Este lo aprobó hasta el 3 de agosto de 1799.

 

9541 kilómetros cuadrados, es la superficie de cuenca lo que capta el río Salado; casi el 14.70% del territorio de Nuevo León. Eso no lo sabían aquellos pobladores, quienes pastaban sus ganados felices bajo el resguardo militar de la Corona.

 

Las lluvias llegaron el 21 de junio de 1802 a la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Azanza. Para el 2 de julio que termino la lluvia, ya el Salado se había desviado de su caudal entre 6 y 7 leguas a cada lado; más o menos entre 30 y 34 kilómetros aproximadamente.

 

En Punta de Lampazos, se cayeron 62 casas. La tragedia se expandió a Coahuila y Nuevo Santander (Tamaulipas).

 

La Villa de Santa Rosa en Coahuila, desapareció, solo se quedaron en pie 7 casas. En Monclova fueron 200, junto con la iglesia recién construida.

 

Todas las Villas del Norte quedaron inundadas. En Reynosa, los vecinos tuvieron que salir en balsas formadas con la madera y puertas de las viviendas. San Luis también había sufrido daños.

 

Aquel ganado feliz perteneciente a los pobladores de la Villa de Azanza, desapareció. Las 7 casas existentes así como los 16 jacales con que contaban, quedaron semi destruidos. El ganado y los sembradíos fueron arrastrados por la corriente. En la Punta de Lampazos y en el Real de San Carlos de Vallecillo, consideraban que la Villa de Azanza había desaparecido y sus lugareños, muertos todos. Habían llegado a aquella trágica conclusión, por su aislamiento de varias leguas de agua para llegar a ella.

 

Del 27 de octubre al 2 de noviembre, 3 meses después de la tempestad, se mandaron diligencias para saber del paradero de los vecinos de la Villa de Azanza, habían sobrevivido debido a lo alto del llano de donde se encontraban establecidos.

 

La falta de apoyos del Gobernador tras la tragedia, llevaron a los vecinos a replegarse dejando abandonada la Villa, desapareciendo así su establecimiento del que pudo haberse convertido con el tiempo, en un próspero municipio de Nuevo León.

 

Monterrey sufrió el torrencial, pero no le afecto aquella tempestad en lo mínimo, solo una epidemia de fiebre palúdica se registró por la humedad, nada de tal envergadura como le sucedería 1 siglo después.

 

Del 22 al 23 de febrero de 1847, las fuerzas mexicanas al mando de Antonio López de Santa Anna, y las americanas al mando de Zachary Taylor, se enfrentaban en las inmediaciones de la Hacienda de Buenavista.

 

Aquel bien vivido aventurero de 64 años, Alberto del Canto, descansaba en su Hacienda Buenavista. Sus aventuras lo llevaron a recorrer medio mundo, esclavizar, fundar asentamientos, así como fornicar con la hija y esposa de quien fuera el fundador de Monterrey, Don Diego de Montemayor. Los días se le habían terminado. Corría el año de 1611.

 

Los nativos eran nómadas, no tenían ningún problema con el agua. Fue aquel año, en 1611, cuando se registró la primer inundación de Monterrey, la cual destruyo la mitad de las viviendas que se encontraban en las inmediaciones de los ojos de agua de Santa Lucia. La población se replegó donde se encuentra la plaza Zaragoza, sintiendo otra tempestad en 1612.

 

24 años después, en 1636, las aguas volvieron rabiosas. Esta vez desaparecieron por completo Monterrey, con todo y la iglesia. La silla, el Santa Catarina y el Pesquería, se desbordaron.

 

6 años después en 1642, la historia se repitió. A los 2 años en 1648 volvieron las fuertes aguas. Aquellas tierras del Monterrey de antaño, descansaron 68 años hasta 1716. Siguieron otras tempestades en 1752, 1756, 1775, 1782, 1810, 1833 y 1881.

 

El río Santa Catarina no se había ensanchado solo, la naturaleza no pide permiso.

 

El origen natural de las cosas nos remonta a la era Mesozoica, hace unos 251 millones de años, con el levantamiento y deformación de rocas formadas en el Precámbrico, entre 4570 y 2500 millones de años. Hace unos 65 millones de años, en la era Cenozoica, el mundo estaba cambiando drásticamente. Millones de especies extravagantes a comparación a las de nuestros días, vagaban en la supervivencia diaria. Aquellos que pastaban adaptaron su fisionomía, alertándose con la vista lateral abarcando más grados de visualización del entorno. Sus orejas se alargaron para estar alertas de sus depredadores. Los cazadores, desarrollaron una excelente vista, olfato y su visión se centraba al frente, debido al acecho para con sus presas.

 

Todos aquellos seres enigmáticos, se extinguieron en su mayoría. La tierra se movía constantemente mientras viajaba por el cosmos, siempre acompañando al sol.

 

Lo que hoy es la India, colisiono con Asia. Arabia colisiono con Eurasia. Por consecuencia, los pliegues alpinos se formaron, como las del sur de Europa y Asia; fue cuando se formaron los Pirineos, los Alpes, así como el Himalaya. Ello hizo que se formaran los grandes ríos, como el Ganges, el Yangtsé. A la llegada del hombre, aquellas montañas del Himalaya fueron consideradas sagradas por el Hinduismo y el Budismo.

 

Del otro lado del mundo, se encontraban las tierras de lo que sería Monterrey. Por los extensos pastizales, los españoles le llamaron Valle de Extremadura.

 

Mientras aquellos dinosaurios fallecían en las inmensas Estepas de Saltillo, hubo uno que se encontraba perdido entre su soledad.

 

Aquel pequeñuelo dinosaurio, fallecía quedando tirado bajo la frescura del fango. Sus huesitos quedaron plasmados para la posteridad. Pasaron millones de años, hasta que un lugareño en las inmediaciones de Ramos Arizpe, a unos cuantos kilómetros de la Hacienda de Buenavista, encontró su legendaria tumba inmortal. Aquel cristiano resguardo la roca en su rancho, dejándolo como adorno pensando que se trataba en su ignorancia, de un chango. Pasaron muchos años, hasta que se le hicieron los estudios correspondientes, era el primero de su especie que se descubría en el planeta. Su soledad, en aquel pequeño fango, lo haría único. Hoy sus restos se encuentran en el Museo del Desierto, en Saltillo Coahuila.

 

Las montañas siguieron creciendo. Con el paso del tiempo, le dieron hogar a muchas especies endémicas. En la corteza continental a más de 20 kilómetros de profundidad, las rocas colisionaban a altas presiones y temperaturas de hasta 900 grados centígrados. El cerro de la silla se formaba y con la montaña, el río que lleva su nombre.

 

En lo que hoy es el Parque Canoas, se desarrollaría un pequeño cangrejito de río, de esos que conocemos como langostinos. En 1954, fue reconocido ante la ciencia como único en el planeta, por lo que lo llamaron Procambarus Regiomontanus. Tan chulo él…

 

Anyway…

 

Fueron un total de 32 cañones los que se lograron formar y que algunos de ellos, captarían a futuro las aguas que desembocarían en el Santa Catarina.

 

Al sur de Monterrey, entre la loma y el río, se establecieron familias que provenían de San Luis Potosí. A aquel barrio se le conoció como El San Luisito. Gente muy trabajadora, como cualquier foráneo llegado a la capital, eran parte del complejo industrial que se estaba formando en la ciudad.

 

Forjadores de la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, participaron en la construcción del primer alto horno en América Latina, el cual entro en funciones el 7 de febrero de 1903. Para 1909, alcanzaron a producir casi 60 mil toneladas de acero.

 

El día 10 de agosto de 1909, Monterrey había sufrido una inundación, pero antes esas lluvias torrenciales, sus habitantes estaban habituados.

 

Formando parte de las Antillas Menores, se encuentran las islas de Sotavento. Al este de las Sotavento, se formaría una tormenta el 20 de agosto de 1909. Al día siguiente la tormenta se convirtió en Huracán. El 23 de agosto golpeo la isla Española, la cual da cabida a Haití y a Puerto Rico. El Huracán choca al este de Cuba, adentrándose nuevamente al Caribe. Para ese entonces, se convirtió en categoría 3.

 

El Huracán toco tierra en la Península de Yucatán adentrándose al Golfo de México. La tempestad se dirigía directo a Tamaulipas, tocando tierra el viernes 27 de agosto.

 

Apenas los regiomontanos degustaban su comida, cuando las primeras aguas llegaron a la una de la tarde.

 

La lluvia no cesó. Los pasos aun eran transitables para las carretas a las 2 de la tarde.

 

Al llegar la noche, las farolas se distinguían claramente desde el centro de Monterrey. El Puente San Luisito rugía. Sus ventanas temblaban por el choque de las aguas en sus columnas.

 

El salón de baile San Luisito, ya había sido abrazado por la corriente, que iba a más de 30 kilómetros por hora. Los muros caían uno a uno, pero algunas paredes aguantaban manteniendo el techo intacto.

 

La lluvia no paraba desde la una de la tarde. Con la noche, la gente esperaba lo peor; miles no verían el amanecer. Los más precavidos, subieron la Loma Larga al ver la feroz corriente del Santa Catarina que superaba por mucho a los rápidos del Niagara.

 

Nada se parecía nada a las lluvias del 10 de agosto. La noche se había convertido en un infierno.

 

A las 8 de la noche era imposible pasar por el San Luisito. El rugir del río, hacían parecer que en cualquier momento seria llevado por las aguas. Para esa hora, las ventanillas del puente fueron alcanzadas por el agua.

 

9:00 pm. Por la calle Constitución, frente a la tienda “La Tolerancia de Genios”, vive Julia Pérez. Un humilde tejaban es su domicilio. Las aguas sorprenden a su familia a quienes los envuelve hasta metro y medio. No les queda de otra que hacer un agujero en el techo. En la vivienda vive su esposo, Juan Guerrero, su madre Rita Duque, su tío Gregorio Pérez, su hermano Rito, así como sus hijos, los niños Juan, Pablo, Carmen, y su joven hijo, Martiniano Escobedo; de su otro matrimonio.

 

Todos suben al techo, el último en hacerlo es su esposo, Juan Guerrero. Las aguas lo arrastran perdiéndose entre la oscuridad.

 

Momentos después, pasan a un techo más firme de otro tejaban, pero tan pronto suben, las aguas arrastran a toda la familia.

 

Julia como los demás, fue arrastrada siendo golpeada por piedras, palos y todo aquel objeto que aquella feroz agua jalaba. De pronto, un alambre la detuvo, aferrándose a el. Sosteniéndose del alambre, camino a lo largo de 4 cuadras.

 

La gran avenida ya golpeaba las paredes de las casas del barrio San Luisito.

 

El griterío comenzó, la angustia, el sentimiento a muerte. Una a una, las viviendas cedían ante la fuerza del agua.

 

Del otro lado del río, se veían muchas lucecitas que iban y venían en medio de la oscuridad. La gente se subía a los techos y con ello se ayudaba para no ser devorados por las aguas.

 

9:30 pm. Los postes que sostenían los cables de corriente eléctrica, cedieron. San Luisito había desaparecido por completo ante el resto de Monterrey.

 

Las lámparas de mano seguían encendidas, yendo y viniendo de un lugar a otro de entre los techos.

 

10:30 pm. El Santa Catarina no tiene piedad. Una fuerte corriente envolvió rápidamente muchas calles de San Luisito, quedando muchas familias atrapadas ante la repentina creciente que duró 30 minutos.

 

Entre lo turbio de las aguas, se distinguían muchas manchas oscuras. Se trataba de gente que era arrastrada, la cual luchaba para mantenerse a flote.

 

El rugido de las casas al desplomarse, era tan frecuente que parecía un estado de guerra, al sonar como si fuese el estruendo de un cañón.

 

Los rápidos del Niagara, bajaban a 220 mil pies cúbicos por segundo. El Santa Catarina, imponía su nombre ante sus 280 mil.

 

Las calles atacadas por la furia del agua: General Prim, Dr. González, Guillermo Prieto, Humboldt, Víctor Hugo, Hidalgo (Una parte), Independencia, Constitución, De la Republica, 16 de septiembre, 5 de febrero, 2 de abril, Sonora, Sinaloa, Aguascalientes, Michoacán, Durango, Chihuahua, Baja California, Coahuila, Nuevo León, San Luis Potosí, Jalisco, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro, Yucatán, Veracruz, Oaxaca, Tlaxcala, Colima, Tabasco, Campeche, Morelia, Occidente, Aldama, De las flores, Jiménez, León Guzmán, Ayutla, Iguala, Rayón, Cuauhtémoc, Garibaldi, Juárez, Galeana, Puebla, Escobedo, Zaragoza, Zuazua, Dr. Coss, Diego de Montemayor, Mina, así como todas desde la Purísima, hasta la Quinta Calderón (Entre Hidalgo y la calle México).

 

El Huracán atacaba fuertemente a Los Aldamas, Los Rayones, China, Villa de García, así como General Terán. La Villa de General Bravo desaparecía esa noche por completo. Pero esas, eran otras pesadillas.

 

La vivida en San Luisito apenas comenzaba. Fiel a las tradiciones regiomontanas, el salón de baile San Luisito aún se mantenía en pie.

 

11:00 pm. Don Buenaventura Cerra, quien vivía en el 27 de la calle Constitución, saco de las aguas a una Señora y a una niña, con quien se asistía en el domicilio. Trato de hacer lo mismo con una mujer de edad avanzada, pero al llegar al techo de la vivienda, donde tenía el cable con el que se trasladaba, el techo se desplomo, matando a la abuelita.

 

El cable pertenecía a la corriente eléctrica ya sin función, que aún se encontraba sostenido de su poste. Don Buenaventura Cerra, se disponía regresar ante la tragedia recién vivida. Para salva guardarse, se amarro el cable en la cintura, pero el poste cedió un poco ante las aguas arrastrando a Don Buenaventura al agua. Debido al amarre en su cintura, el agua lo batió constantemente hasta desnudarlo por completo. Poco tiempo después de eso, el amarre de su cintura lo libero, desapareciendolo.

 

Don Valentín Alanís, mismo que vivía frente al molino El Hércules, vio cómo su casa se inundaba poco más de un metro. Le había dado protección a más de 60 personas. Fue en ese momento en que decidió subir a la azotea del corredor de la vivienda, ya que la consideraba más resistente. Coloco una escalera para hacer más rápido el ascenso. Subieron alrededor de 45 personas. Otras, 15 aproximadamente, se encontraban aun en la habitación privada de Don Valentín. Aquel valiente Señor, se encontraba con su hija. Ya para subir, la escalera fue arrastrada por la corriente.

 

Ante el imprevisto, Don Valentín se subió junto a su hija a una caja, la cual estaba llena de mosaicos, por lo que impedía que la corriente se la llevara.

 

Don Estaban Montelongo se encontraba en situación parecida. Subió a su azotea a 32 personas dentro de las cuales se encontraba su familia. Abrió las puertas de la casa para que la corriente pasara libremente. El grupo de personas la conformaban 11 niños, 13 mujeres y 8 hombres. Aparte, eran acompañados en las cercanías por una mujer y un joven, que se mantenían a salvo en las alturas de un árbol. Las demás casas sucumbieron. La casa de Don Esteban crujía al paso de las horas, fue cuando decidió tomar medidas drásticas al ver que todo estaba perdido. Sobre el patio de la casa, la corriente había dejado un árbol, por lo que bajaron uno a uno hacia el. El traslado de las mujeres se complicó, debido a que sus niños se abrazaban a ellas sin separarse agonizando de llanto.

 

11: 15 pm. La casa de Don Valentín se viene abajo. Decenas de personas son arrastradas por la corriente y las que se encontraban resguardadas en su habitación, mueren.

 

La corriente ya golpeaba a Don Valentín, cuando escucho la voz de su hijo que se encontraba en la azotea del único cuarto que se mantuvo en pie.

 

Don Valentín logro subir a la azotea a su hija, así como a dos señoras, una de las cuales, estaba en labor de parto.

 

Ya arriba de la azotea, aquella mujer dio a luz. Al poco tiempo murió, pero el bebito estaba sano y salvo.

 

Los Slater, era una de las familias que se encontraba en el cuarto de Don Valentín. Luisa Sánchez de Slater, se salvó del derrumbe, pero fue llevada corriente abajo, mientras abrazaba a uno de sus hijos.

 

Junto con el hijo de Don Valentín, se encontraba Don Miguel Garza Martínez y sus dos hijos. Lograron rescatar a la esposa de Don Miguel, así como a tres jovencitas. Aquellos valientes hombres, se dirigieron a la plaza de “El Hércules”, en compañía de las mujeres y jovencitas que cuidaban del bebito recién nacido.

 

12:00 am Julia sigue caminando por las calles, pausando constantemente para descansar. Siente que sus cabellos son jalados. Una rama los atrapa y Julia desesperada agarra las ramas del árbol.

 

Un fuerte trueno se escucha de los cielos. La corriente manda a Julia cerca de la orilla de la avenida, donde se acomoda bien en el árbol, pudiendo así, arrancarse los cabellos enredados.

 

12:30 am. Don Esteban Montelongo seguía en el árbol junto a aquel grupo de personas. Un estruendo proveniente de su casa, anuncio su derrumbe. Las mujeres que lo acompañaban gritaron al ver aquella escena de terror. Se les hizo una eternidad estar bajo el resguardo del árbol. Vieron pasar innumerables cuerpos, algunos vivos que como podían, suplicaban ayuda. Don Esteban, vio una mancha negra que se quedó pegada a un poste. Poco tiempo después, aparecieron otras dos manchas, una llego junto a las ramas de un mezquite y otra a las de un canelo.

 

En otro lado del río, se vivía en igual intensidad la supervivencia.

 

El Sargento Don Zeferino García, tuvo a bien rescatar a cuanta gente pudo, entre mujeres y niños. Don Zeferino, confiaba en la resistencia de su casa, por lo que dejo a su esposa salvaguardándola de la lluvia. Zeferino tuvo a mal presenciar la muerte de su amada, misma que la había dejado en la vivienda por cumplir con su deber.

 

El Teniente Coronel Don Ignacio Morelos Zaragoza, Inspector General de la Policía, también había participado en el rescate de muchas personas. Casi corre con la misma suerte del Sargento Zeferino García, ya que su esposa se encontraba durmiendo en su domicilio, cuando fue a despertarla. 5 minutos más tarde hubiera sido imposible rescatarla.

 

Don Ignacio poco después de rescatar a su esposa, saco de las aguas a una mujer que tenía en brazos a su hija, misma que había dado a luz unas horas antes. El inspector las llevo a un domicilio, donde aquella joven madre, sucumbió ante la muerte.

 

El Capitán Treviño, mismo que ayudo a Don Valentín a trasladarse junto con sus rescatados a la plaza “El Hércules”, había colocado un cable extendiéndolo de un lado a otro. Dicha maniobra hizo que se recuperaran muchos cuerpos arrastrados por la corriente.

 

En la casa de Don Ignacio Morelos Zaragoza, trabajaba de cocinero un japonés quien respondía al nombre de Takano.

 

Una mujer era arrasada por la corriente. El pequeño Takano, subió a una pared al ver a la mujer, lanzándose en clavado al agua. La gente que vio la maniobra lo perdió de vista, pero pronto salió nadando con un brazo, mientras con el otro sostenía a la mujer que duplicaba su peso. La gente en medio del terror, le aplaudió su heroísmo. Entre 5 y 6 horas, repitió la hazaña una y otra vez, rescatando a mujeres y niños.

 

Al día siguiente, el cadáver de Don Buenaventura Cerra, aquel que se había amarrado el cable a su cintura, fue encontrado 6 cuadras más adelante aguas abajo. Al verlo, le cubrieron sus partes con un saco que yacía en la calle, probablemente de alguna persona arrastrada por la corriente.

 

Frente a un tendejón al que llamaban “Tampico el Alto”, una hermosa mujer de unos 21 años, yacía muerta. Se encontraba desnuda. La muerte le había respetado sus encantos. Su bello rostro, era poco alterado por la trágica muerte en la que se vio envuelta. Nadie la pudo identificar a pesar de su belleza. Algunos decían que había vivido en la tienda “La Esmeralda”, otros mencionaban que tenía una vendimia en el San Luisito.

 

En la esquina de Veracruz y Constitución, aparecieron 7 cadáveres. 6 de personas de la tercera edad y uno de una jovencita de no más de 16 años.

 

Don Esteban Montelongo, le preguntaba su nombre al tipo que había topado con el poste, pero no se le entendía lo que decía. La mancha que había topado con el mezquite, se trataba de la Señora Julia Pérez. La mancha que choco con el canelo,era del joven Martiniano Escobedo, hijo de Doña Julia. Al reconocerse ambos por la mañana, entraron en llanto; lagrimas, que el agua se había llevado corriente abajo.

 

Por su parte, Don Esteban Montelongo, fue rescatado junto con su grupo de personas de aquel árbol, hasta las 4 de la tarde del día 28.

 

5:00 pm del día 28.

 

Don Esteban Montelongo se presta a rescatar a Doña Julia y a su hijo Martiniano. Cuando están juntos, desesperados, madre e hijo, terminan abrazados en medio del llanto. Habían perdido a toda su familia, solo ellos estaban con vida.

 

Don Esteban Montelongo se vino abajo ante aquella escena, termino con un nudo en la garganta y las lágrimas envolvieron su rostro.

 

La tempestad desapareció la mitad del barrio San Luisito, que albergaba a 9000 personas. Más de 4000 perecieron en una de las peores muertes jamás deseadas a alguien, el ahogamiento.

 

Algunos de esos 4000 se salvaron de las aguas, pero el constante golpeteo con rocas y todo aquello que arrastraba el río, conllevo a su muerte en tierra firme.

 

Sobre las cifras son relativas, lo menos se determinó en 4000 cuerpos, pero había quienes aseguraban llego a más de 5000 contando el resto del Estado; considerando que Villa de Bravo, había desaparecido.

 

El Huracán, había puesto en el rango número 10 de la lista a Monterrey, como parte de los más mortíferos en la historia del Atlántico.

 

Habíamos sido advertidos desde la Era Cenozoica, hace 65 millones de años, pero el Regio no entendía razones.

 

En 1933, el Santa Catarina volvió a reclamar su lugar. Dicho evento, marcó la pauta para que Lázaro Cárdenas protegiera aquellas montañas, a las que llamaron Parque Nacional Cumbres de Monterrey.

 

El río tomaba su forma constantemente, hasta que se canalizo, robándole el terreno en donde exactamente se encuentra hoy en día los condominios Constitución, delimitación que se había formado después del 27 de agosto de 1909.

 

En septiembre del 88, llegaría el Gilberto. No aprendiendo de la rabia del Santa Catarina, se construyeron canchas y estacionamientos. Queriendo aparentar modernidad y madurez social, cuando ni el aire de la ciudad controlan, ahora piensan construir un estadio de futbol sobre su cauce.

 

El regiomontano prefiere olvidar, tomando fotografías a eventos que en futuro podría ser tema de conversación por lo inusual, como una simple nevada. Las fotografías del Santa Catarina, siempre serían olvidadas.

 

Se han construido innumerables edificaciones sobre el mar. Por siglos, el río ha tomado lo que le pertenece. La furia del mar no se asemeja en lo más mínimo, al enojo del Santa Catarina…

 

De esas inusuales veces, que la historia se contara por si sola, antes de que suceda.

 

Monterrey, el origen natural de las cosas.

Capítulo 2. Aguas turbias.

Crónicas de un Regio.

Febrero 2016.

 

Bibliografía:

 

Oswaldo Sánchez, Alfonso Zaragoza (1909): La Inundación en Monterrey. Monterrey: Tipografía Económica.

 

Hortencia Camacho Cervantes (1991): Fundaciones y asentamientos en N.L. siglos XVIII y XIX. Cuatro Villas en el Norte. Monterrey. UANL.

 

 

Cesar Cantú, Magdalena Rovalo, José Marmolejo, Sadot Ortiz, Fernando Seriña (2013): Historia Natural del Parque Nacional Cumbres de Monterrey, México. Linares. UANL